No Duermo En Montañas

Qué difícil fue dormir en la montaña, aquella singular montaña. A veces desgastante no sólo para el cuerpo, que si bien poco a poco éste va importando menos, sino para el alma, ya muy lejana a los cielos pero más propiamente cercana a los infiernos, que muchas veces me pedía, a media noche quizás y en forma de susurro: “despierta, no es tu mundo, por favor, despierta.”

 

Fue casi por voluntad propia, pero de mala gana, el día aquél, tan complicado y desquiciante cuando por fin inicié mi excursión hacia la montaña. Montaña aquella que sólo Manjarrez conoce. Sin sonar formalista, o eso espero, sólo diré que he querido, gracias a manías muy personales, iniciar con esta terrible masacre de palabras queriendo ser ideas, enfatizando el interés, un tanto inútil que le tengo  a la portada del libro: “Anoche dormí en la montaña”. Manía de verla por largos intervalos de tiempo, e intentar deducir de qué va, cómo va y cómo acabará. Todo esto, en un rápido flashazo.

 

Compuesto por cuatro mundos, apartados: “Infidelidad”, “Polis”, “Anoche dormí en la montaña” y “Antaño”, que éstos a su vez integran otros doce submundos, doce cuentos, que van y que vienen como historias simplistas, historias de un apaciguado escritor, con visiones ante la premisa número uno: la libertad. Ése dichoso concepto, que se ha definido casi siempre, casi por obligación, como la voluntad de escoger, de atreverse a pensar por sí solo, de elegir a dónde y por dónde debes ir. Pero no cabe duda, siempre transformándose, tanto en la vida como en el libro, en un concepto tan tenue. Una libertad de diversas clases, que incluso podrían llegar a asociarse, mientras más leemos, con nuestras propias experiencias.

 

Relatos que se entretejen como telarañas sobre un plato de desdichas, piscas inocentes de amor, locas paranoias que el propio enamoramiento, como uno de sus tantos encantos ocasiona. Cínicas traiciones y acontecimientos que no hacen más que dejarte, en cada ultimátum de sus páginas, un trago que pasa, que no embriaga, que no mata… pero que por lo menos disfrutas.

 

Entonces, ¿libertad? Sí, eso parece. Libertad de abandonar a quien siempre te ha acompañado, con una última venganza, con una trampa insospechada del que posiblemente nunca olvide, así como en “La esposa, y el esposo, el amigo y el otro”, en un arrebato de diente por diente y con juegos de infidelidad. También, la fascinante manera, de la cual no puedes siquiera pensar por un milisegundo, en caer bajo los brazos de una mujer dominante, cuyos placeres van entre la búsqueda de un amante y la adrenalina que emana lo prohibido como en “La mujer, el amante, el marido y el hermano”. En un adulterio que sucumbe al personaje, pero que atrapa al lector en un argumento y nombrecito que sólo provoca añorar el filme de Greenaway “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante”, pero que no hace desaparecer la pregunta: ¿y luego qué?

 

No está mal perderse en estos cuentos, que si bien no son sólo cuentos, sino que también van transformándose poco a poco en críticas sociales o hasta políticas. Aquella opinión que Manjarrez mezcla sumamente bien entre sus páginas como una clásica bruja mezcla pociones en su caldero (¡Ups! Lamento esa terrible metáfora, pero bueno, alguien alguna vez dijo: “las metáforas son formas rapidísimas de comprender la realidad”) como la imagen que tiene del mulatazo, Fidel Castro, en una desafinada, un tanto ingeniosa pero casi siempre graciosísima historia llamada “Florencia y La Habana” que va saltando como una rayuela entre realidad-ficción.

 

Así también, los pensamientos que expresa ante el destino de Nicaragua, con un cuento que al igual que muchos, engancha y hasta sorprende de a ratos. “Una Pura y Dura”, situada en 1982, engloba casi como pretexto, una historia con cierto tipo de narración, así como muchos otros cuentos dentro de esta obra, que van tomados de la mano con lo anecdótico. Opiniones de la Revolución Popular Sandinista entre conversaciones que los personajes del autor nos muestra. Sin embargo, ninguno va más allá de lo que la imaginación del lector recrea. Vemos el arma, vemos la intención, vemos el coraje, pero nunca el dedo que jala el gatillo. ¿Su encanto? Pues yo qué sé.

 

Pero eso sí, los personajes no están del todo mal. Que por cierto se destaca al de las féminas como principales puntos en el libro, y que si bien no en todos los cuentos toman el papel protagónico, sí son ellas quienes se vuelven quizás, la grasa importante que hace girar los otros tantos engranajes.

 

La visión de cada uno de estos, inocentes personajes que van encontrando o despidiéndose de amores casi abrumadores y aburridos, dentro de sus mundos, se vuelve interesante. ¿Adónde miran o adónde mirarán, esos que no pretenden distinguirse dentro de lo que se cuenta? Personajes extradiegéticos que principalmente aparecen en el apartado con el mismo nombre de este libro: “Anoche dormí en la montaña”. Que más que otra cosa, nos centramos en aquella, podríamos decirle mística travesía, de un personaje tan entrañable dentro la literatura de Manjarrez, como lo es Concha. Así como aparece por primera vez en su novela “El otro amor de su vida”.

 

Principal cuento, “En el bordecito del horizonte”, que ha sido de mi total agrado. Puede sentirse, bajo metáforas, reflexiones y alegorías muy bien construidas, un ambiente místico y sobrenatural. Además de explicar la tan misteriosa portada del libro, esa en donde confesé mis manías. Pues allí yace la respuesta. Aquella profundidad que explica su ilustración. Allí mismo, se encuentra la montaña, la enorme y sagrada. Ésa donde sucede lo que sucede, ésa donde viven los dioses.

 

Allí arriba, yace  un ambiente que va entre lo obscuro, pasa a la dulzura, la comedia, misticismo y bueno, de vez en cuando, al erotismo. Cuyos cuentos subsecuentes del mismo apartado, como “El Café París”, “Medios y Fines”, “Repetida Mente”, etc. se van enlazando, como pequeñas travesías o experiencias de la propia Concha, volviéndose un Indiana Jones de su propio Spielberg tras cada aventura. Pero que en apariencia pareciera ser una especie de mini novela, ¿noveleta?, atrapada en este libro que sólo grita como cohete al cielo: ¡ANTOLOGÍA, ANTOLOGÍA, ANTOLOGÍA!

 

Algunas narraciones muy apegadas a la anécdota, van avanzando sin noción del tiempo, tales como el único cuento que corresponde al apartado “Antaño”, es decir: “Amelia”. Y por supuesto, del último de “Polis”, “La mujer del parque”. Que se me vuelven extrañamente sospechosas. Ya que en ambas aparece una mujer, de esas que sólo una sílaba le cambia de mundo, Amelia y Amalia, y que sólo hacen pensar si la coincidencia está inmiscuida. Hablamos no exactamente si es el mismo personaje, sino si el propio Manjarrez redacta su vida con dolo y nostalgia de dos ángulos distintos, de una misma mujer.

 

Bueno… sea como fuere, resulta punto y aparte, como también una duda tan  innecesaria como lo fue el anterior párrafo. No hay que ser estúpidos. Deslindémonos del autor y démosles crédito a los personajes.

 

¿Qué sigue? ¡Ah sí! …

 

En fin, lo que sí puede transformarme en todo un estúpido es, quizás, mencionar que “Amalia”, resulta un cuento perfecto para terminar con la antología. Así como la protagonista termina de contar su historia definitivamente, así Manjarrez. Así como Amalia se despide del mundo, así Manjarrez… en, una vez más, “metáfora que nos hace comprender la vida”. Supongo que es esa clase de esencia que encierra el cuento, el propósito descafeinado de acabar con la obra. Al natural.

 

Así vamos, saltando de La Habana, La Sierra Madre Occidental, Managua y la propia ciudad de México, con algunos que otros cuentos bastante que ver con ese dichoso nombre: “Anoche dormí en la montaña”, pero con otros que resultan venidos de un mundo totalmente paralelo. Sin embargo, cada cual se une como por arte de magia, así como expliqué al inicio, por el tema de la libertad. Aunque a algunos se le da mejor dicha voluntad de elegir que a otros, en estas “bonitas” historias. Mientras que aún subsisten esos, cuya decisión los lleva a vivir por siempre entre amores interminables, infidelidades, coitos no concebidos y que pudieron ser, y de peligrosas visitas a parques.

 

Lo que es cierto, claramente, son dos cosas. Una: que Andrea Pomanski es muy hermosa. Y dos: pues no sé ustedes, pero por más que quise, intenté e intenté, no pude. Perdón, pero yo no duermo en montañas. Ni soñar se pudo.

 

 

 

Héctor Jesús Cristino Lucas

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