"El Otro Yo" - Bradbury Y Yo

El Otro Yo

 

No escribo yo…
el otro que hay en mí
pide aflorar constantemente.
Mas si me apresuro a volverme y mirarlo
él vuelve a escabullirse
al momento y al lugar
en donde estaba antes
pues sin saberlo entorné la puerta
y lo dejé salir.
A veces un grito encendido lo llama;
comprende que lo necesito,
y yo también. Su tarea
será decirme quién soy bajo la máscara.
Él es Fantasma, yo fachada
que oculta la ópera que él escribe con Dios,
en tanto yo, ciego del todo,
espero impávido a que su mente
se me deslice brazo abajo,
por la muñeca, hasta la mano
y las puntas de los dedos
y furtiva encuentre
esas verdades que caen de las lenguas
con sonido quemante,
todo surgido de una sangre secreta
y alma secreta de secreto suelo.
Con alegría
él se asoma a escribir, y luego corre a esconderse
una semana hasta que reanuda el juego
en el cual yo finjo, diligente,
que no es mi propósito tentarlo.
Pero lo tiento,
mientras simulo mirar hacia otro lado, para que no se
esconda todo el día. Echo a correr e inicio un juego
simple un salto distraído.
¿Cuál convoca del sueño la bestia que brilla y acecha?
¿De quién las reservas y el coto de caza?
De mi aliento, mi sangre, mis nervios.
Pero ¿qué lugar de esa materia habita él?
¿Dónde está su madriguera?
¿Tras esta oreja de goma?
¿Tras esa oreja de grasa?
¿Donde cuelga el sombrero el joven descarriado?
No hay caso. Ermitaño nació y vive recluido.
Nada que hacer sino
seguir sus triquiñuelas
dejar que corra y cosechar la fama.
En la cual yo pongo el nombre a una materia que le he birlado,
y todo porque le atraje con dulces aromas
creativos.
¿Escribió R.B. ese poema, ese diálogo, esa línea?
No: el simio interior, invisible, fue quien lo instruyó.
Vestido con mi carne, su alcance es misterioso.
No digan mi nombre.
Elogien a ese otro.

 

Ray Bradbury (Quizás)

 

 

 

 


Bradbury Y Yo

 

 

 

“Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra.”

 

2 Timoteo 3:16-17 

 

 

¿Quién nos dicta, al escribir, al ser escritor? ¿Quién es el verdadero intelectual? Ray Bradbury se dio cuenta de ello. Creando un ser Homúnculo dentro de sí, y quien le otorga todo el crédito habido y por haber.  ¿Qué somos, los traductores, los mensajeros, los profetas? ¿De quién, para qué? Nos llevamos el crédito de todas las palabras. ¿Somos nosotros quienes la producimos, somos nosotros quienes debemos recibir la ovación?

 

¿Es eso, o quizás Bradbury aborrece el interés construido de todo humano ante la inteligencia ajena, superior, a veces confundida bajo el halo de la envidia que muchos llaman “de la buena”? ¿Hacerse amigo del escritor reconocido, o de aquél “don nadie” que difícilmente y reconocen hasta en su propio hogar?

 

Bradbury justifica, al menos en este particular caso, que el escritor y que el humano al quien lo llaman como tal, es decir el autor, son dos seres distintos, autónomos e independientes. Los elogios no son para él, conocido como Ray Douglas Bradbury. Sino para eso, cualquier cosa que fuere, que le dice qué escribir. Su otro yo.

 

Hay quienes aprecian su arte. Hay quienes aprecien su vida, su humanidad. Aún aunque éstas dos últimas, parecen servir como base principal de lo primero. Sea como fuere, no me importa. El poema de “El Otro yo”, sí, puede ser elogiado. Pero que los elogios no se dirijan a Bradbury, sino a aquél, que no es él, quien lo escribió. 

 

 

Héctor Jesús Cristino Lucas

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